Sin mi placenta, no habría una nueva vida.
ANTES QUE NADA, QUIERO RECORDARTE QUE EN MAMÁ MODO ON COMPARTO MIS EXPERIENCIAS PERSONALES SOBRE EL MUNDO DE LA MATERNIDAD TAL CUAL COMO LA HE VIVIDO HASTA HOY, PARA QUE OTRAS PERSONAS TOMEN LO QUE LES PUEDA SERVIR DE ESTAS EXPERIENCIAS. ¡SI POR ALGUNA RAZON NO ESTAS DE ACUERDO, NO PASA NADA! ¡ESTAR EN DESACUERDO TAMBIEN ESTÁ BIEN!
¡Ahora si, a lo que vinimos!
¿Sabías que en diferentes lugares del mundo existen personas que, tras el parto, comen su propia placenta o la usan como crema cosmética? Y no solo eso ¿sabías que en muchos lugares del mundo se practican rituales con la placenta humana? Pues hoy te voy a hablar sobre esto y otros datos curiosos que me sirvieron para realizar mi propio ritual simbólico con mi placenta.
Si buscas en google la palabra “placenta”, encontrarás que su nombre proviene del latín y significa “torta plana” haciendo referencia a su apariencia. La placenta es el único órgano temporal del cuerpo humano y al mismo tiempo un órgano efímero por su corta duración, pues solo vive el tiempo que dura el embarazo (aproximadamente 40 semanas) y su función es nada más y nada menos que la de crear la conexión vital entre la madre y el bebé, haciendo posible la respiración, nutrición y excreción del feto durante su desarrollo, además del transporte de las hormonas.
Como todo órgano, la placenta tiene un proceso biológico: nace, crece durante todo el embarazo, y muere en el parto, durante el llamado “alumbramiento”, es decir, un parto no se finaliza hasta que la madre no expulsa completamente la placenta porque en caso de que queden restos en el interior de su útero podrían presentarse complicaciones para la madre.
En Bélgica y en muchos otros países, las madres pueden solicitar la entrega de sus placentas luego del parto. Pero, ¿para qué la querrían? ¿Qué tipo de uso se le podría dar a un órgano que ya está muerto? ¿Podría ser considerado un fetichismo o canibalismo? Pues, aunque no lo creas, en muchas culturas se conserva la placenta para “evitar su muerte” o darle una “nueva vida” a través de la celebración de rituales o de su utilización con fines medicinales o cosméticos.
La placenta, ¿para comérsela o para untarla?
Si, leíste bien, ¡comer o untar! Y digo esto porque hay quienes le dan usos medicinales a través de la ingesta, así como también existen personas que deciden darle un uso cosmético a la placenta.
Leyendo sobre los usos medicinales, descubrí que la mayoría de los mamíferos se comen sus propias placentas después del alumbramiento, práctica que se denomina placentofagia. Sin embargo, hoy en día esta práctica es cada vez es más utilizada también en humanos, ya que se le atribuyen propiedades medicinales, como: la prevención de hemorragias postparto; facilitación de la lactancia por estimular la producción de leche; el hecho de evitar síntomas como la inestabilidad de ánimo, la falta de concentración y la depresión posparto e incluso algunas personas la guardan hasta la etapa de la menopausia para regular los desordenes hormonales típicos en esta etapa de la vida.
Tan cierto es esto, que algunas madres famosas como Kenita Larraín, Kim Kardashian y Alicia Silverstone, ya han revelado públicamente haber consumido su propia placenta tras el nacimiento de sus hijos. Pero no solo las madres le atribuyen poderes medicinales a la placenta. En China, donde la medicina de placentaria se ha desarrollado por milenios, la placenta es utilizada por los hombres para aumentar el conteo de esperma y como un suplemento vitamínico.
¿Pero, cómo podemos usar la placenta para gozar de sus bondades medicinales? ¡Pues a través de la placentofagia! Es decir, ¡comiéndosela! Ya sea en cápsulas a base de placenta, o preparándola, siguiendo alguna de las recetas que se encuentran fácilmente en internet, las cuales van desde la pizza a la placenta hasta el batido de placenta. En cualquier caso, a pesar de que en la actualidad todavía no existan estudios científicos que respalden estas cualidades que se le atribuyen, las personas terminan por comerse la placenta independientemente del modo de preparación.
Ya en cuanto al uso cosmético, hay quienes le atribuyen cualidades “milagrosas” regenerativas cuando usamos la placenta en forma de cremas, lociones o de esencias.
Rituales en diferentes lugares del mundo.
Atraída por esta descubierta de los diferentes usos de la placenta, lo cual era un tema completamente nuevo para mi, pues antes de estar embarazada nunca había escuchado o leído sobre el tema, me puse en la tarea de investigar sobre las prácticas o rituales que se hacen con la placenta en diferentes rincones del mundo.
Fue así, como aprendí que en muchas culturas se le concede un respeto especial, convirtiéndola en objeto de ritual ya sea para honrar su función de crianza, para convertirlo en un objeto de predicción para el futuro del niño o incluso enterrándola para crear un anclaje del niño con la madre tierra.
Por ejemplo, en determinadas zonas de África las mujeres entierran todas las placentas de sus bebés en el mismo lugar, un sitio sagrado, en donde honran este órgano. Por otro lado, en Chile y Argentina los indígenas mapuche, grandes referentes en lo relacionado a parto respetuoso y natural, una vez se produce el alumbramiento observan detenidamente la placenta y la “leen” para saber cómo será la vida del recién nacido. Después de leerla, la envuelven en un paño cubierto con plantas y realizan una celebración familiar enterrándola en el lugar donde habita el recién nacido, generalmente bajo un árbol, para que el bebé quede protegido de los malos espíritus. Este mismo ritual lo celebran los rapa nui en la Isla de Pascua en Chile que estiman que al hacer este ritual, están celebrando también la vida del recién nacido y honrando a la placenta por su rol de protección y cuidado tanto para la madre como para el bebé.
En Nueva Zelanda, también es costumbre enterrar la placenta para que el niño nunca olvide sus raíces y de esta forma, crear un vinculo de respeto hacia su tierra natal y orígenes.
Adicionalmente, hablando con una amiga de orígenes orientales, descubrí que en Indonesia se acostumbra a poner la placenta en un envase decorado, el cual se cuelga en un árbol hasta la muerte de su dueño para finalmente enterrarla junto a su cuerpo. En Malasia, la partera lava la placenta y el cordón umbilical, los envuelve en una tela blanca y realizan una ceremonia para enterrarla y devolverla a la tierra fértil, pues la placenta en ese país es vista como un hermano del recién nacido y se piensa que los dos se reúnen tras la muerte.
Si bien es cierto que algunos de estos rituales se han ido perdiendo tras la medicalización del nacimiento, aún siguen siendo muchos y muy variados los rituales que se hacen con la placenta en diferentes lugares del mundo, y sin embargo sigue siendo un tema bastante desconocido.
Mi propio ritual simbólico para celebrar la vida
En Bélgica, país en el cual vivo desde hace algunos años, donde viví todo mi embarazo y di a luz, es posible llevarte la placenta a casa realizando una solicitud previa al ginecólogo o incluyéndolo en el plan de parto. Sin embargo, pocas mujeres son conscientes de esta posibilidad sencillamente porque los ginecólogos no les preguntan qué quieren hacer con su placenta. De hecho, en la mayoría de los casos, la placenta simplemente termina siendo un desecho biológico.
En mi caso, después de haber encontrado tanta información, tenía claro que no quería tirar mi placenta a la basura como un vulgar desperdicio común y que, por el contrario, quería tener un gesto de gratitud y reconocimiento simbólico con la pequeña maravilla de la naturaleza que me permitió darle vida a mi hija, pues sin mi placenta no habría vida nueva.
Entre la gran gama de ritos y usos que se podrían hacer con la placenta, yo decidí que lo mío definitivamente era hacer un ritual simbólico que me permitiera reapropiarme, de alguna manera, de algo que iba a perder por orden natural, pues la separación física entre mi hija y yo era un hecho, pero el simple hecho de pensarlo ya me generaba un vacío tremendo, un sentimiento de nostalgia e incluso yo le decía a mi esposo que me daba tristeza saber que después del parto tendría que compartir a mi hija con el mundo, que ya no seria solamente “mía”, ya no iría conmigo a todas partes. En otras palabras, lo que yo buscaba a través de ese “ritual” era la reapropiación de mi cuerpo y una aceptación de los procesos naturales de la vida.
Así que hablé con mi ginecóloga, le consulté si podría tener mi placenta, y me respondió que ¡sí!, que incluso si yo quería me la podía dar completa y que yo vería qué hacer con ella. Me dijo que realmente su única preocupación era ¿cómo iba a hacer para llevármela a casa? Su respuesta me dio risa, pero al mismo tiempo me impactó su incapacidad para encontrarle el valor simbólico a lo que para mi tenía tanta importancia, pero fui consciente de que su rol como profesional también implica tener distancia emocional frente a este tipo de situaciones. Así que me fui tranquila a casa y le comenté a mi esposo mi deseo de enterrar la placenta, y afortunadamente él estuvo inmediatamente fascinado y de acuerdo con la idea.
Unos días antes de dar a luz, mi mamá viajo desde Colombia para estar conmigo durante el parto y posparto. Compartimos muchos momentos, algunos sin duda muy especiales para las dos, pero también otros muy difíciles, por una serie de situaciones familiares que se estaban presentando en ese momento y que me habían tenido bajo una fuerte situación de estrés, razón por la cual decidimos hacer un viaje corto a Holanda, para cambiar un poco el chip, para relajarnos y también porque mi mamá es una mujer amante de las flores y quería ver tulipanes (que no son tan comunes en Colombia).
Durante ese viaje exprés visitamos la Haya, estuvimos en la playa de Scheveningen y finalmente llegamos a Ámsterdam. Como la primavera ya había terminado, los campos de tulipanes no estaban florecidos, así que fuimos al museo de los tulipanes en Amsterdam, y entre tanta variedad de bulbos, encontramos uno que se llama “Angelique” (como yo), el cual tiene un color rosa claro y muy delicado, exactamente el mismo color que habíamos elegido con mi esposo para decorarle el cuarto de nuestra bebita. Así que no tuvimos que pensarlo ni un segundo, y terminamos comprándolos para sembrarlos con mi placenta como símbolo de vida y representación de la relación entre la madre y la hija (por partida doble, por mi relación con mi mamá y la mía con mi bebita).
Finalmente, durante el parto mi ginecóloga nos dio una pequeña parte de la placenta, pues yo no la quería tener completa, la guardamos en un frasco hospitalario como en los que se recogen las muestras y la conservamos refrigerada durante un mes exacto.
El día que mi hija cumplió su primer mes de vida, mi esposo nuestra bebita mi mamá y yo, nos reunimos con los papás de mi esposo para hacer nuestra ceremonia simbólica y sembrar los tulipanes con la placenta. Mi suegro fué el encargado de cavar el hueco, mi esposo de cortar el frasco donde estaba el pedacito de placenta y entre todos sembramos los bulbos de tulipanes.
Algunos meses después llegó la primavera y con la llegada de esta estación, también llegaron los primeros tulipanes ya florecidos adornando el jardín donde los sembramos. Desafortunadamente, los tulipanes son flores que tardan mucho tiempo en florecer y duran muy poco tiempo florecidos, así que guardamos los pétalos del primer brote de nuestros tulipanes y los “inmortalizamos” haciendo nosotros mismos unos hermosos portavasos en resina que ahora uso cada día y que me recuerdan que la maternidad, así como la vida, todo el tiempo están en metamorfosis, es decir, en constante cambio y evolución.
Y tu…
¿Conservaste tu placenta? ¿Tienes pensado hacerlo? ¿Qué uso le darías?
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